Escucho a Regina en el fondo de la noche, cuando la quietud del tiempo se ha ralentizado y los pliegues del nocturno invitan al sosiego. Dicen los entendidos del flamenco que son las horas mas propicias para los cantes valientes, cuando los tercios y los versos, ligados casi sin aire se quedan en lo profundo íntimo de quien lo escucha; cuando el hilo de voz se incrusta por las comisuras de la piel y sólo queda esperar el “quejio” inundando las estancias del sosiego, el placer de la entonación; cuando la melodía es la esencia misma de la emoción.
Así me atrapaba la rocianera, entre rasgueos de guitarra y la cadencia de su voz traspasando el silencio, sintiendo los acordes armónicos de un cante a otro, sin pausa, como apresado en la secuencia de sus timbres melodiosos y una frecuencia honda, síncopa que sube y baja como el estruendo del oleaje en su eclosión y retorno.
Sería por mi parte pretensioso decir que mi paisana canta con hondura, como si fuese un cualificado conocedor de lo flamenco. No, Regina no sólo canta a pulmón pleno, exhalando los atributos que ha recibido para transmitir los sentimientos a través de los sones flamencos sino que ella se sabe dueña de un poderío que le viene de lo natural y lo genético, aprendido en el lar familiar y conducido después por su aprendizaje de mujer inquieta. Escuchadora de lo profundo andaluz, sus timbres se han afinado con el tiempo, madurándole los tonos, sintiendo que su eco interior es palabra cantada.
No ha necesitado titular su disco y llenarlo de artificios y pretensiones. Sólo Regina. Sin fingimientos, como una Euterpe griega protegida por los imponentes brazos de dos columnas dóricas, en un azul de fondo, cielo de la Rociana que la cubre y protege.
Así el disco de Regina se me fugaba como el tañido del campanario de Moguer trayéndome el recuerdo del amigo Jesús Cayuela, su maestro. Todo era para quedarse quieto mientras el verso de Rumaikhiya del otro rocianero Juan Drago, era melodía en la voz de Regina. Sin dudas, un disco para los cabales.
Así me atrapaba la rocianera, entre rasgueos de guitarra y la cadencia de su voz traspasando el silencio, sintiendo los acordes armónicos de un cante a otro, sin pausa, como apresado en la secuencia de sus timbres melodiosos y una frecuencia honda, síncopa que sube y baja como el estruendo del oleaje en su eclosión y retorno.
Sería por mi parte pretensioso decir que mi paisana canta con hondura, como si fuese un cualificado conocedor de lo flamenco. No, Regina no sólo canta a pulmón pleno, exhalando los atributos que ha recibido para transmitir los sentimientos a través de los sones flamencos sino que ella se sabe dueña de un poderío que le viene de lo natural y lo genético, aprendido en el lar familiar y conducido después por su aprendizaje de mujer inquieta. Escuchadora de lo profundo andaluz, sus timbres se han afinado con el tiempo, madurándole los tonos, sintiendo que su eco interior es palabra cantada.
No ha necesitado titular su disco y llenarlo de artificios y pretensiones. Sólo Regina. Sin fingimientos, como una Euterpe griega protegida por los imponentes brazos de dos columnas dóricas, en un azul de fondo, cielo de la Rociana que la cubre y protege.
Así el disco de Regina se me fugaba como el tañido del campanario de Moguer trayéndome el recuerdo del amigo Jesús Cayuela, su maestro. Todo era para quedarse quieto mientras el verso de Rumaikhiya del otro rocianero Juan Drago, era melodía en la voz de Regina. Sin dudas, un disco para los cabales.
Fuente: Antonio Ramírez Almanza - Odiel Información (21 de Octubre, 2009)
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