Son bastantes los jugadores que un día ficharon por el Mallorca, procedentes de cualquier lugar de España y del mundo, y echaron raíces en la isla. Otros vivieron en Palma mientras duraron sus contratos, pero se marcharon después, dejaran o no huella de su paso por el Lluís Sitjar. Pero también los hubo que, pese a regresar a su tierra, reservaron en su corazón un lugar para el club y su ciudad. Al tercer grupo pertenece Macario, nacido en Rociana del Condado (Huelva), santo y seña del Real Betis Balompié de los Ansola, Rogelio, Luis Aragonés y Del Sol. Tuvo la fatalidad, porque así hay que decirlo, de fichar por el Mallorca el verano de 1974 y vivir, pese a su siempre honesta contribución, el retorno del equipo a Tercera División, categoría que no había pisado desde hacía dieciséis años. Le tocó apechugar con una de las profundas simas no sólo deportivas, sino también económicas, en las que se ha sumido el club decano en su larga tradición de altibajos. Macario era tan alegre fuera del campo, como veloz dentro de él. Fichó como extremo, demarcación que ocupaba en el conjunto de Heliópolis, aunque aquí fue utilizado casi siempre como centrocampista, pues los años no pasan en balde y aunque no había perdido rapidez, su capacidad técnica era algo limitada. En el campo del Villena (Alicante) fue protagonista de una las escenas más graciosas que se pueden haber dado entre un jugador y su entrenador que, en aquella ocasión, era el andaluz Manuel de la Torre. El partido transcurría con empate a cero, resultado con el que también acabó, cuando mediada la segunda parte y con sus compañeros achicando balones en el área, Macario controló un balón junto al área propia y se encarriló raudo hacia el campo adversario sorteando a cuanto fustbolista local salía a su paso. Se plantó solo delante del portero, al que también dribló, y cuando se disponía a marcar gol a portal vacío, remató fuera enviando el balón por encima del travesaño. Finalizada la contienda y ya dentro del autocar para enfilar el camino de vuelta, el técnico espetó a Macario con un lamento de rabia, tristeza y resignación a la vez:-–Pero ¿qué ha hecho usted hombre? –decía el ´míster´–.¿Después de la gran jugada individual que ha realizado, cómo tira usted la pelota fuera?Manuel Pérez Orihuela, que era su nombre en realidad, se le quedó mirando y con su habitual gracejo andaluz, respondió:–Pues mire. Si después de hacer esa jugada, llego y meto gol, no estaría jugando aquí. Sería internacional. Todos sus compañeros estallaron en risas y dieron por bueno el empate que no pudo ser victoria por aquel error precedido de un gran acierto.Macario estuvo en Palma durante tres temporadas. Hizo gran amistad con Jaume Pedrós, el antiguo masajista del Mallorca que hoy vive jubilado creo que en los alrededores de Felanitx, al punto de que cada vez que el Mallorca jugaba en Sevilla Macario viajaba desde su pueblo para regalarle un jamón de la sierra onubense, cuya calidad no hace falta que les recuerde, además de otras ´guitarras´ para atender encargos diversos. Hace unos años Macario vino a Palma, acompañado de su mujer, en un viaje del Inserso. No pude verle aunque, como a otros viejos amigos, me citó en su visita a la Catedral, pero espero que siga vivo y alguien le haga llegar esta historia. La suya en su etapa mallorquinista.
Fuente: Diario de Mallorca (20 de Septiembre, 2009)
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