Nadie podía imaginar, a priori, que aquella iniciativa del canónigo hinojero, previamente trabajada y consensuada en la romería de 1918, iba a provocar y a desencadenar aquella marea de emociones, cuya pleamar acabamos de interpretar. Qué iba a tener, a futuro, el impacto y la repercusión que tuvo. Nada hacía presagiar, ni siquiera en el ánimo de los más optimistas, que el curso de la historia rociera pudiera tomar, a raíz de la misma, un nuevo rumbo, de tal calibre y envergadura.
En verdad, para aquel Rocío, pequeño, familiar e intercomarcal, que apenas congregaba anualmente entre 8.000 y 10.000 romeros, con once hermandades filiales, la cita del 08 de junio de 1919, constituía el reto más grande de su historia, hasta entonces conocido. Así lo interiorizaron los actores principales de esta efeméride, para la que comprometieron lo mejor de sí mismos. Y es que, por vez primera, este lugar apartado de la geografía, y la devoción a Mª Stma. del Rocío, se abrían un hueco relevante en el ámbito de la Iglesia Universal; y consecuencia de ello, en la prensa nacional de la época; el medio de comunicación de masas más importante del momento.
Y entretanto, en medio de aquel gentío congregado entorno a la Virgen, la emoción incontenible rompió los diques y las calles de la pequeña aldea se convirtieron por unos días, en el cauce de un caudal intensísimo de sentimientos y emociones festivas y piadosas. Porque muchos de los que allí estuvieron, acaso llegaron a vislumbrar, que no habían conocido, ni conocerían más, un salto histórico tan súbito y pronunciado. Todavía en plena eclosión jubilar se activaron ya los primeros intentos para prolongar o congelar para siempre su potente huella emocional.
Aquel mismo día de la coronación, después de que Anita Valladolid, la legendaria camarista de la Virgen -se cumplen en agosto 75 años de su muerte-, se empleara a fondo con los almonteños para contener su ímpetu y emoción encendida, nos dice la Crónica de Ignacio de Cepeda; que se formó espontáneamente una comisión de señoras, con objeto de recaudar fondos para la realización de un monumento conmemorativo, en El Real del Rocío, que lo inmortalizara para siempre. Y después vendría la referida Crónica de la Coronación, de este rociero egregio; y la bellísima e insuperable composición poética que de ella hizo, Pedro Alonso Morgado... Y en medio de esta catarata de emociones, floreció también el amor de dos jóvenes devotos de dos pueblos vecinos. De Rociana del Condado, su primer hermano mayor, y de Almonte, los abuelos paternos, del que noventa años después, evoca la emoción desbordante de aquellos días.
Fuente: Santiago Padilla - Huelva Información (7 de Junio, 2009)
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